En un lineal repleto de envases que compiten por llamar la atención, Granja Rinya, compañía valenciana con una larga trayectoria y múltiples galardones a la calidad, tenía algo distinto que decir. Sus lácteos y postres no son solo productos, son tradición, frescura y un sabor que ha sido reconocido durante décadas. El problema estaba en que su packaging no contaba esa historia, no transmitía lo que los hacía únicos. Había llegado el momento de traducir su esencia en una identidad que pudiera competir con fuerza y, al mismo tiempo, seguir siendo fiel a lo que siempre había sido. Para ello, se debía proyectar el nuevo eje estratégico de la marca «vuelve el sabor». La clave estaba en volver al origen, en rescatar la memoria de lo artesanal: las lecheras de aluminio, las recetas escritas a mano, el papel de estraza… un imaginario que conectara con lo cercano y que nos sirviera como punto de partida para diseñar un sistema visual propio y reconocible.